Capítulo 1 Regalo de divorcio
Jana Wen soltó un quejido mientras la luz del sol le daba en el rostro. Sabía que tenía que levantarse de la cama, pero su cuerpo no estaba de acuerdo. Se sentía agotada a pesar de lo mucho que había dormido.
Cuando puso atención a su entorno, escuchó la voz de un hombre. Al escuchar con más atención, se dio cuenta de que él estaba hablando por teléfono, y por lo que pudo captar, parecía que estaba a punto de irse. Se frotó los ojos tratando de convencerse de salir de la cama, y volvió a quejarse cuando por fin se levantó y se giró hacia la puerta de la habitación.
«Zed Qi…», susurró Jana Wen al ver a aquel hombre. Con sólo una sábana cubriendo su cuerpo, se quedó parada junto a la puerta. Golpeteó el suelo con uno de sus pies descalzos y le sonrió tímidamente al hombre mientras esperaba a que él terminara de hablar.
«Está bien, hablaremos más tarde en la compañía», terminó él bruscamente la conversación. Un pitido se dejó escuchar cuando la llamada se desconectó, y entonces él se volvió para mirar a la mujer que estaba junto a la puerta.
Los ojos de Zed Qi recorrieron lentamente el cuerpo de Jana, cuya piel pálida contrastaba de manera sutil con el color de la sábana. Le gustaba especialmente la manera en que su cabello revuelto se sumaba a su gran atractivo, pensando que Jana se veía aún más hermosa y encantadora a la luz de la mañana.
«Estoy esperando», dijo él despreocupadamente. Parecía un poco impaciente.
Jana se rió entre dientes, «La propiedad en los suburbios, ¿si podrías…?».
«¡De ninguna manera!», su reacción fue inmediata. Ni siquiera la dejó terminar su petición.
Ella se sorprendió un poco por esa reacción. Lentamente, caminó hacia él y le dijo: «No creo que estés muy seguro de que esa propiedad tenga potencial. Además, ya eres bastante rico. ¿Por qué te aferras a ella?».
El hombre frunció el ceño, y sus ojos profundos eran de una frialdad aterradora. En voz baja y grave dijo, «Sra. Qi, por favor ten cuidado con lo que dices. Esa propiedad es mía, además, ¿sabes cómo pides favores?».
Jana apretó los puños. A pesar de que su tono arrogante y desdeñoso la disgustaba, se obligó a sonreír de manera tentadora. ¡Necesitaba que él aceptara su petición!
«La acabas de recibir ayer…», murmuró ella suavemente.
Él no pareció haber oído su comentario. Se acomodó la camisa antes de agarrar su abrigo, y luego se dio la vuelta para irse.
Determinada a salirse con la suya, Jana lo alcanzó y lo tomó del brazo. Luego miró a su esposo con su expresión más encantadora y le suplicó: «Por favor, hazme ese favor. Sé que eres un hombre muy generoso. Prométeme que le cederás esa propiedad a la familia Wen. Prométemelo, ¿de acuerdo? Prométemelo…».
Zed se sacudió de encima las manos de la mujer. Molesto por su perenne insistencia, le dirigió una mirada severa y extremadamente fría: «¡No!».
«¡Tú!», Jana se enfureció. No podía entender el porqué de su terquedad. Ya no le era posible ocultar su frustración, puesto que ya había intentado varias estratagemas para convencerlo, y en cada ocasión había fracasado.
Sin agregar otra palabra, Zed salió de la habitación.
Como Jana no estaba vestida apropiadamente, no lo siguió. En vez de ello, respiró hondo varias veces y regresó a la habitación.
Una vez en el armario, escogió la ropa que iba a ponerse. Mientras estaba de pie frente al espejo, no pudo evitar maldecir, «Eres un idiota, Zed. Me esforcé demasiado. ¡Incluso dormí contigo anoche! No puedo creer que ni siquiera hayas considerado mi petición. ¡Vamos a ver cómo te sentirías si la situación se invirtiera!».
Cuando ella levantó la pierna para meterse en sus pantalones, sintió un dolor repentino entre los muslos. Los recuerdos de la noche anterior la inundaron y maldijo al hombre una vez más.
De repente, vio que una mano larga y fina sosteniendo un vestido apareció frente a ella.
Se volvió con una mirada asustada. Había estado maldiciendo a su marido, y ahora él estaba parado justo detrás de ella, mirándola con curiosidad.
«¿Podrías repetir lo que acabas de decir?». La cara de Zed se oscureció y apareció en ella una sonrisa sardónica.
‘¡Pero sí lo vi irse! ¿O no lo hice? ¿Cómo es que volvió tan pronto? ¿Y ahora qué hago?’, se preguntó ella. Se encontraba en un callejón sin salida. ¿Ahora cómo podría justificar todas las cosas que acababa de decir?
Para complacerlo, ella usualmente se comportaba decentemente y con elegancia frente a él. ‘Supongo que escuchó todo lo que dije. Seguramente ahora se negará con más firmeza a ayudarme con esa propiedad. Oh, todo ha terminado’.
Como no estaba segura de lo que él había escuchado, decidió hacerse la tonta. «No dije nada. ¿Escuchaste a alguien hablar? Yo no escuché nada». Aunque avergonzada, se sacudió casualmente el cabello de la mejilla. Ya estaba más calmada y logró esgrimir una sonrisa, sin embargo, sus manos temblorosas la traicionaron.
La expresión sombría de su esposo empeoró. Asustada, Jana se estremeció. Después de observarla por un momento, él le arrojó el vestido en sus brazos antes de volverse hacia el gabinete y tomar las llaves del auto.
‘Así que olvidó las llaves del coche’.
Mirando la espalda de Zed mientras este se alejaba, ella agitó los puños en el aire y murmuró con ira: «Si hubiera sabido que eras un imbécil sin corazón, ¡no habría dormido contigo!».
Al recordar lo salvaje que él había sido la noche anterior, la vergüenza y la culpa la inundaron. No sentía más que odio por sus propias acciones.
El matrimonio entre ellos dos no era más que un trato comercial. Este matrimonio titular, no obstante, había sido arreglado por el codicioso padre de Jana, quien la había obligado a dormir con Zed justo antes de que se divorciaran. Se sentía como una prostituta.
¿Y qué había obtenido de todo esa intriga? Tan sólo había aprendido una lección: que Zed no era tan tonto como la habían hecho creer.
Como sus planes habían fallado, no tenía otra alternativa más que ir a casa y decirle a su padre la verdad.
Una vez en la casa de los Wen, Jana le explicó su fracaso a su padre. El Sr. Wen se enfureció y estrelló una taza de té contra el suelo.
«¿Tan fácilmente te rendiste? ¿No pudiste hacer lo único que te pedí que hicieras?».
Ella bajó la cabeza y se obligó a disculparse, «Lo siento, padre. Hice todo lo que pude. No hay nada más que pueda hacer. Zed Qi y yo nos divorciaremos pronto. ¿Puedo quedarme en casa ahora?».
Su matrimonio había sido una experiencia bastante desagradable. Zed, su marido nominal, siempre se mostraba frío con ella. No podía entenderlo y cuanto más se esforzaba, más frustrada y ansiosa se sentía. Ahora, después de la alocada noche que había pasado con él, se sentía muy avergonzada. No se sentía capaz de enfrentarlo de nuevo.
«¡Por supuesto que no! Estás casada con ese hombre. Puedes usar ese matrimonio para conseguir lo que quieras. No hay necesidad de aceptar el divorcio. ¡Ni sueñes con volver a casa antes de que logres doblegarlo!», la amenazó su padre antes de obligarla a irse.
Como no tenía otra opción, regresó a la casa de Zed y esperó a que él llegara. Sabía que tenía que hablar con él sobre la propiedad nuevamente, pero ya no quería estar atrapada en ese matrimonio sin sentido. Tenía que encontrar una salida.
Jana pasó la noche sola en esa enorme casa. Finalmente se rindió cuando cayó en la cuenta de que él no iba a regresar.
Sola, se dejó consumir por la compasión. Se sentía devastada y no podía aceptar que su esfuerzo de la noche anterior ni siquiera valiera una discusión propiamente dicha sobre aquella propiedad.
«¿Se deberá a mi falta de experiencia?», murmuró.
Cuando Zed regresó a la mañana siguiente, se veía muy cansado. Después de cruzar la puerta, se dirigió directamente al dormitorio.
«Regresaste». Jana hizo a un lado su dignidad y se mostró complaciente. Le ayudó a colgar su abrigo y le secó la cara con una toallita húmeda. Estaba decidida a hacer todo lo posible por complacerlo.
«Me voy a la cama», le dijo él cortante antes de levantar la colcha y acostarse. La mujer suspiró, ya que él parecía que no tenía intención de hablar con ella.
‘¿Qué excusa le daré a mi padre si vuelvo a fallar?’. Al recordar el consejo que le había dado acerca de su matrimonio, frunció el ceño. La cita para el proceso de divorcio era al día siguiente, según lo habían acordado previamente.
‘Ya no tendré más oportunidades. Es ahora o nunca’.
«¿Trabajaste toda la noche, Zed? No te ves muy bien. Si quieres te puedo dar un pequeño masaje. Eso te ayudará a relajarte», susurró ella, pero él no reaccionó. Jana interpretó su silencio como una concesión y puso sus dedos sobre sus hombros. Cuando comenzó a masajearlo, se cuidó de apretar fuerte para evitar que se durmiera.
«Aunque nos divorciaremos mañana, hemos estado juntos», ella se sonrojó y vaciló, ya que no se atrevía a mencionar lo sucedido la noche anterior. Dudó un poco antes de intentarlo de nuevo. «Hemos tenido, ya sabes, relaciones de marido y mujer. ¿Podrías dejarme esa propiedad a manera de regalo de divorcio?». Cerró los ojos y se mordió el labio mientras esperaba a que él respondiera.
Zed abrió los ojos. Aunque parecía cansado, esa petición parecía haber provocado que sus ojos brillaran. «Y tú, ¿qué me darás como regalo?», preguntó.