Capítulo 1 La primera visita de mi secuestrador
Danika estaba acurrucada en su celda, la cual era fría y vacía.
La joven ya llevaba una semana ahí, anhelando la libertad. De hecho, cualquier lugar era mejor que ese, pues se trataba de un espacio lúgubre y estéril. Allí, solo había un camarote que ocupaba un costado.
Ella no había visto a su secuestrador en la última semana, hasta que, de pronto, ese hombre se acercó a ella, vislumbrándola con los ojos más fríos que jamás hubiera visto. Enseguida, él procedió a rodearle el cuello y a agarrarla.
«Eres mi esclava, y me perteneces», él espetó.
Mientras tanto, un extraño escalofrío recorría los brazos de Danika, ya que nunca antes había presenciado un odio más crudo reflejado en los ojos de alguien.
El rey Lucien la odiaba. De hecho, la detestaba demasiado.
Por su parte, Danika conocía sus razones más que nadie. La joven lo tenía muy claro.
No más de una semana atrás, ella era la princesa Danika, la hija del Rey Cone de Mombana. Se trataba de una mujer temida y respetada, que nadie se atrevía a contemplar más de dos veces. No existía una persona que se dignara a caminar por su lado, a menos que no tuviera ningún respeto por su propia vida. Su padre era quien la cuidaba y se ocupaba de ella.
Por desgracia, el hombre había sido asesinado, por lo que su reino fue tomado por el despiadado rey Lucien, quien además, secuestró a la joven y la hizo su esclava.
De repente, el sonido de pasos sumado al traqueteo de cadenas atrajo la atención de Danika hacia la entrada de la celda. Entonces, la puerta se abrió y se pudo ver un guardaespaldas.
Ese hombre llevaba una bandeja de comida. Una vez Danika se percató de eso, notó cómo su estomagó rugió, el hambre inmensa que sentía le recordó que ese era el primer alimento que veía desde la mañana, pues no se había percatado de que ya había caído la noche.
«Aquí tienes», el hombre pronunció, estirando las sílabas con disgusto. Todas las personas en el lugar la repudiaban, Danika lo sabía muy bien.
De forma desafiante, la joven levantó la barbilla, sin decir nada.
«El rey estará aquí en pocas horas, así que espero que estés preparada para recibirlo», el hombre anunció, antes de alejarse.
Tras escuchar eso, ella sintió un gran terror deslizándose por su cuerpo. En realidad, no se sentía lista para enfrentarse a su secuestrador. Sin embargo, ya había pasado una semana y Danika sabía que era inevitable.
Dos horas después, cuando el sol casi se había puesto, Danika escuchó pasos acercándose. «El rey ha llegado y…».
«No me anuncies, Chad», él interrumpió. Tras escuchar la respuesta cortante del hombre, Danika sintió escalofríos. En sus veintiún años de vida, jamás había oído una voz más temible.
«Pido disculpas, Su Majestad», Chad replicó de inmediato.
Un sonido de cadenas se pudo escuchar. Enseguida, la puerta se abrió de par en par.
Danika se percató de que el rey había entrado solo, pues percibió unos pocos pasos casi inaudibles. Una vez estuvo dentro, la puerta se cerró detrás de él.
De repente, la celda fría y estéril de la joven fue iluminada por su presencia. Ella levantó la cabeza para contemplarlo con gran odio y repudio.
El hombre era grande como un guerrero, pese a eso, contaba con el porte de un rey. Danika sabía que él tenía treinta y cinco años. No obstante, ya era más grande que la vida misma.
Incluso cuando él fue esclavizado por su padre, su aura real se sentía a su alrededor, sin importar cuánto hubiera sido golpeado o torturado.
Ambos posaron sus miradas en el otro, la malicia entre ellos era evidente.
Sin embargo, el rey Lucien no solo potaba odio en su corazón, sino que también cargaba repugnancia, además de completo desprecio y cólera. En realidad, no había una pizca de calidez en sus ojos.
Su rostro era hermoso, pese a eso, una gruesa cicatriz recorría una de sus mejillas, dándole una mirada salvaje.
De repente, él se acercó a la joven, luego se inclinó y pasó la mano por su precioso cabello rubio brillante.
Sin previo aviso, el hombre tiró de sus dorados mechones, forzando su cabeza hacia atrás y obligándola a vislumbrar sus preciosos ojos azules. La joven sintió un dolor abrazante.
«La próxima vez que entre aquí, te dirigirás a mí con respeto. No te vas a quedar ahí sentada mirándome como una cobarde otra vez, o te castigaré». Los ojos del hombre estaban rojos de ira cuando continuó, «Nada me encantaría más que castigarte».
Por su parte, Danika solo asintió. Odiaba a su captor, pero detestaba más la sensación de dolor, por lo que haría cualquier cosa para evitar sentirlo, si podía.
«Está bien, Su Majestad», ella replicó.
Un gran disgusto brillaba en los ojos del hombre. Enseguida, él bajó la mano y la posó sobre el pecho apenas cubierto de la joven.
Entonces, el rey le rodeó el pezón a través de la ropa, para luego, pellizcarlo con tanta fuerza que Danika gritó cuando una densa ola de dolor la atravesó.
Él seguía apretando su pecho con fuerza mientras la miraba a los ojos. «No soy tu rey y nunca lo seré. Yo soy un rey para mi pueblo y tú no eres parte de él. No eres más que mi esclava, Danika. Mi propiedad».
Ella asintió con rapidez, deseando que él soltara su seno.
Sin embargo, el hombre procedió a retorcer su pezón con más fuerza que antes, lo que hizo que los ojos de la joven se llenaran de lágrimas. «Te dirigirás a mí como tu amo, y vas a obedecerme. Serás una de mis sirvientas, nada más».
Una vez espetado eso, sus labios se curvaron en una sonrisa salvaje llena de intenso odio. «Supongo que sabes cómo una esclava sirve a su señor. Después de todo, tu padre te enseñó, ¿no es así?».
«¡Sí! ¡Sí!», ella exclamó apretando sus manos en puños, y luego continuó, «Por favor, suélteme. ¡Se lo suplico!».
Mientras la escuchaba, él decidió pellizcarla con más fuerza aún. «¿Cómo debes dirigirte a mí? ¿Dime?».
«Mi… Mi amo». Dicho eso, lágrimas de gran cólera desbordaban los ojos de la joven. Danika odiaba esa palabra más que cualquier otra, pues sabía lo degradante que era.
De inmediato, él la soltó y se alejó. El rostro del hombre estaba desprovisto de cualquier emoción.
Poniéndose de pie, él rasgó su endeble top en pedazos, exponiendo sus pechos desnudos a sus ojos fríos e insensibles.
Presenciando tal escena, lágrimas de humillación ahogaron la garganta de Danika. Ella apretó su destruida falda en un esfuerzo por no ceder al impulso de cubrir su cuerpo.
Por su lado, los ojos del rey no mostraban ningún destello de lujuria mientras se posaban en ella.
Entonces, el rey le palmeó el pecho que tenía un pezón rojo dolorido y maltratado, y lo acarició. «Párate».
Ella se puso de pie con las piernas temblorosas, mientras observaba al suelo con los ojos borrosos.
«¡Oye, Chad!», él espetó.
Mientras tanto, la mujer se quedó inmóvil en un intento por alejarse de él y buscar cubrir su desnudez, sin embargo, la mano que la sostenía se apretó con más fuerza, impidiendo su intento, pues ella no quería arriesgarse a sentir más dolor.
«¿Sí, Su Majestad?». El inmenso hombre entró, posando sus ojos en su Rey.
«Observa bien a esta esclava, Chad. ¿Te gusta lo que ves?».
Los ojos de Chad contemplaron su cuerpo, mientras que Danika deseaba que el suelo se abriera y la cubriera. Pese a eso, ella se puso de pie desafiante, mirando a Chad directamente a la cara.
La lujuria cubrió los ojos de este último mientras la examinaba con acidez. «¿Puedo tocarla?», el hombre preguntó con impaciencia.
«En otro momento. Por ahora, vete».
Chad volvió a vislumbrar al rey, al tiempo que Danika descubría que los ojos de ese hombre se iluminaban cada vez que lo hacía. No se trataba de una mirada de odio, tampoco era admiración. Sea como fuese, ella todavía no podía descifrar la mirada del hombre.
Por su parte, Chad salió de la celda.
«¡Guardias!», el rey llamó, sin apenas levantar la voz.
De inmediato, aparecieron dos hombres. «Díganos, Su Majestad».
Lucien no soltó su mirada de la chica en ningún momento. «Díganle a los sirvientes que bañen a mi esclava una vez que me vaya, que la limpien y la pongan en mis habitación en tres horas».
«Sí, Su Majestad». Mientras escuchaban las ordenes, los guardias se mostraban reacios a irse, pues estaban contemplando el cuerpo desnudo de la joven.
Danika se centró en el rey, con ira y odio reflejado en sus ojos llorosos. En su estado de indefensión actual, ella lo desafió con la mirada.
Por fin, él soltó su pecho. «Te voy a causar mucho más daño, vivirás y anhelarás el dolor. Te haré todo lo que tú y tu padre hicieron conmigo y con mi gente, incluso más. Te voy a compartir con todos los que lo deseen y te entrenaré para que seas la más obediente de los perros».
El pánico era casi palpable en el cuerpo de Danika, aun así, no se permitió demostrárselo. De todas formas, ella sabía que todo eso pasaría incluso antes de que él llegara allí.
Una sonrisa maliosa se dibujaba en el rostro del hombre, enfatizando su mejilla llena de cicatrices. «Te voy a destruir, Danika».
«¡No podrás hacerlo, monstruo!», Danika espetó con total furia.
Sus propios ojos se agrandaron tras responderle a ese hombre. Las esclavas no debían replicarle a sus amos o estarían condenadas a ser castigas.
De hecho, así fue. El rey agarró la cadena de su cuello y tiró de ella con fuerza haciéndola gritar.
Mientras la castigaba, sus ojos brillaban. Él inclinó su barbilla hacia arriba, mientras reafirmaba su agarre. «Me encanta ver tu fortaleza arder, pero me gusta más ver cómo se extingue. No tienes idea de lo que tengo reservado para ti, o quizás sí. Después de todo, una vez tuviste tus propios esclavos».
‘¡Era mi padre quien tenía esclavos!’, ella pensó para sí.
El odio desmedido podía verse reflejado en los ojos el hombre. «Tu entrenamiento comienza esta noche. Vas a estar en mi cama».
Dicho eso, él se levantó y salió del lugar, como si fuera una enorme bestia infernal.