Capítulo 1 Solo soy la repartidora
«¡Carla Ji! ¿Dónde demonios estás? ¿La pereza se ha apoderado de ti? Estás atrasada con todas las entregas. ¡Los clientes han estado llamando y se están quejando de que aún no han recibido sus pedidos!».
Karen era la dueña del restaurante donde Carla Ji trabajaba como repartidora, y las muchas quejas que había recibido por teléfono por parte de clientes enojados la abrumaban y así se lo expresó a Carla.
«Lo siento por el retraso con las entregas, Karen.
Tuve un problema con mi motoneta y no pude encontrar un taller de reparación para arreglarla, pero intenté repararla yo misma y parece que ya está funcionando. Le prometo que entregaré todos los pedidos.
Estaré allí en 10 minutos. Me tengo que ir ahora, Karen. Hablaremos más tarde». Carla Ji acababa de entregar un pedido a un cliente y rápidamente volvió a subir a su motoneta para pasar al siguiente. Tenía tanta prisa por recuperar el tiempo perdido que olvidó ponerse el casco, y cuando giró el acelerador a la velocidad máxima, Carla parpadeaba incómoda debido al viento frío que soplaba en su rostro mientras trataba de digerir el abuso verbal que Karen había arrojado injustamente sobre ella por teléfono.
Después de hablar con su jefa por teléfono, Carla se sintió un poco nerviosa por tener que enfrentarla.
‘¡Qué mal día!’, pensó para sí misma mientras se dirigía a su próxima entrega. La motoneta de Carla era de color rojo cereza y tenía pocos detalles. Antes se había averiado y no había talleres de reparación disponibles, por lo que ese retraso no había sido su culpa. ‘Todo va a salir bien. ¡Respira hondo y sonríe!’.
Decidida a terminar todas sus entregas del día, Carla guardó su teléfono en el bolsillo y se concentró en el camino.
El fuerte viento soplaba en su rostro y silbaba en sus oídos. Tenía que concentrarse en conducir y dejar de pensar en Karen.
Finalmente, Carla se puso al día con todas las entregas que tenía que hacer en ese día. Solo le quedaba un reparto más y estaba entusiasmada por terminar para poder irse a casa y descansar.
Los repartos jugaban un papel importante en la industria de la comida, ya que permitían a los clientes elegir lo que querían comer sin tener que tomarse la molestia de ir a recogerlo en la tienda ellos mismos, pero para el repartidor era un trabajo muy exigente. Las entregas se realizaban por toda la ciudad y se necesitaban muchos viajes de ida y vuelta, lo que consumía bastante tiempo. Carla comenzaba a trabajar temprano por la mañana y generalmente terminaba muy tarde en la noche.
Eran casi las nueve de la noche y ya había oscurecido. Las luces de la calle ya estaban encendidas durante un buen rato y había muy poca gente caminando por ahí, pues la gran mayoría ya estaba en sus cálidos hogares con sus familias.
Carla estaba a punto de llegar a su último destino, el cual estaba a la vuelta de la esquina, a no más de dos o tres minutos. Estaba sumamente aliviada de que su jornada de trabajo casi hubiera terminado.
Después del día estresante que había enfrentado por culpa de la avería de su motoneta y después del regaño por parte de Karen por retrasarse en sus entregas, lo único en lo que Carla podía pensar era en entregar su último pedido lo más rápido posible e ir a casa para relajarse y dejar que ese terrible día quedara detrás.
Distraída por sus pensamientos y conduciendo con rapidez, Carla no se dio cuenta sino hasta el último momento de que había alguien en medio de la carretera.
«¡Oye! ¡Sal de ahí! ¡Oye! ¡Fuera de mi camino!», gritó ella a la persona mientras se acercaba rápidamente, pero el hombre no se movió, sino que se quedó allí, ligeramente encorvado como si estuviera herido y la miró con una mirada fría y defensiva. Ella trató de frenar pero la moto no le respondió, de modo que soltó el acelerador y seguía apretando los frenos, tratando desesperadamente de detenerse a tiempo, mientras gritaba con fuerza al hombre, «¡Oye! ¡Sal de ahí! ¡Fuera de mi camino!».
La motoneta no estaba funcionando bien, ya que se había averiado ese mismo día, pero incluso si Carla lograba frenar, ya estaba demasiado cerca y seguramente lo atropellaría si él no se movía.
Justo cuando estaba a punto de atropellar al hombre, la chica se aferró con fuerza y cerró los ojos en el último momento mientras esperaba el inevitable choque, pero en lugar de escuchar un golpe, sintió que la motoneta se detenía, por lo que abrió los ojos sorprendida y vio dos manos fuertes sujetando firmemente el manubrio de la misma.
Carla parpadeó con los ojos muy abiertos, tratando de procesar por unos segundos lo que acababa de pasar
Y luego miró de arriba abajo al hombre que se encontraba frente a ella para asegurarse de que estaba bien. Notó que el hombre tenía brazos musculosos y un cuerpo fuerte y robusto. ‘Con ese físico, no es de extrañar que haya podido detener la moto’, pensó Carla.
La camisa del hombre estaba cubierta de sangre y parecía herido, y, con una mirada interrogante, preguntó a Carla mientras hacía una mueca de dolor, «¿Estás bien? ¿Ya puedo soltar el manubrio?».
Parecía tenso e inquieto, y no dejaba de mirar a su alrededor.
Le había hablado con cierta brusquedad, pero había algo en ese hombre que le agradó. Carla tenía un positivo y sincero sentimiento por él. Era apuesto y tenía los ojos profundos y expresivos, y además de eso, su aura era muy atractiva.
Ese hombre, quien detuvo la motoneta a pesar de estar herido, era Terence An.
Ella bajó los pies a cada lado del vehículo para estabilizarse y después recordó por qué iba tan rápido en primer lugar. Todavía tenía un pedido que entregar, así que se volvió para mirar la caja de entrega que estaba en la parte posterior de su motoneta y vio que todo el contenido estaba disperso y arruinado. Al ver aquello, Carla frunció el ceño y fue entonces cuando sintió que alguien se estaba subiendo en su motoneta. Terence se había deslizado detrás de ella y le gritó: «¡Arranca!».
«¡No puedo! ¡El pedido!».
Él estaba tratando de decirle algo, pero Carla no le estaba escuchando. Todo en lo que ella podía pensar era en el pedido que tenía que entregar y en cómo había terminado convirtiéndose en una gran masa de desperdicio. Le preocupaba lo que Karen le iba a decir cuando se enterara de eso.
‘¿Qué le diré a Karen? ¿Cómo le explicaré esto?’. No sabía qué hacer.
Carla todavía estaba pensando en el dilema en el que se encontraba cuando, de repente, tuvo que salirse de sus pensamientos por algo que le estaba rodeando la cintura.
Terence la estaba abrazando con tanta fuerza que sintió que su delgada cintura se rompería debido a la fuerza de sus manos.
«¡Vamos!», le gritó él. «Te pagaré diez veces el precio de eso».
Ella de repente escuchó el sonido de gente que se acercaba y cuando se volvió, vio a un grupo de hombres de aspecto feroz dirigiéndose hacia ellos.
«¡Ahí está!».
«¡Aprisa! ¡Deténganle!».
Los ojos de Carla se abrieron de miedo al verlos. Obviamente iban detrás del hombre que estaba sentado en la parte trasera de su motoneta y la tenía fuertemente abrazada, así que Carla no tenía mucho tiempo para pensar
Y, en un instante, encendió el motor y, acelerando a toda velocidad, corrió tan rápido como le fue posible. ‘Mi vida es más importante que la comida que tenía que entregar’, se dijo mientras se concentraba en poner la mayor distancia posible entre ella y los furiosos hombres.
Era un manojo de nervios, por lo que trató de convencerse de que el hombre que iba con ella no era más que un pedido grande que tenía que ser entregado con urgencia.
Carla estaba exhausta. Había sido un día muy largo, así que se dijo para sus adentros que, tan pronto como dejara al hombre, podría irse a casa y descansar.
Se autoconvenció de que solo tenía que hacer esta última entrega y luego podría irse a casa, suspiró y seguía repitiendo en su mente que pronto todo esto terminaría.
‘Solo es un pedido grande.
Solo un pedido ‘enorme’.
Solo otro pedido más para ser entregado’, se repetía para sí misma.
Una vez que Carla sintió que estaba a una distancia segura, fue aflojando el acelerador y el chillido del motor se detuvo inmediatamente y volvió a funcionar sin problemas.
A través del espejo retrovisor, se aseguró de que nadie los estuviera siguiendo, lo que le permitió estar más aliviada, y no estuviera tan nerviosa y agitada como antes.
‘¡Maldición! Este hombre pesa mucho’, Carla pensó para sí misma. Era difícil conducir con él en la parte de atrás.
La motoneta era muy pequeña, y aunque tenía un asiento para otro pasajero, estaba destinado para un niño o para alguien con un físico similar al suyo. Afortunadamente, Carla era una chica menuda, de lo contrario, no hubieran cabido en el asiento, especialmente porque este tipo no solo era alto, sino también muy robusto, y por ello tenía que concentrarse mucho en mantener el equilibrio y aferrarse al manillar con mucha más fuerza para evitar que la rueda delantera se tambaleara.
Terence mantuvo las manos alrededor de su cintura. No quería soltarla, solo por si acaso ella trataba de hacer algo estúpido para deshacerse de él. Para ella eso resultaba muy incómodo, ya que no sabía quién era ese hombre. Poco antes casi lo había atropellado y ahora él se aferraba a ella como si nunca fuera a soltarla.
«Señor, ¿puede quitarme las manos de la cintura y sostenerse de la motoneta, por favor?
Me es difícil conducir cuando se aferra con tanta fuerza. Apenas me deja respirar. Le agradecería si pudiera soltarme y tomarse de la motoneta».
Carla sintió que no había necesidad de que él la siguiera sujetando, ya que estaban fuera de peligro.
«¡De ninguna manera!», le respondió él. «Eres una repartidora. Conoces el camino por aquí y estás familiarizada con las calles. Te soltaré cuando me lleves a un lugar seguro».
Terence estaba herido y cansado, y quería encontrar un lugar seguro donde pudiera limpiarse y descansar sin preocuparse de que alguien los siguiera.
Se las había arreglado para quitarse a esos hombres de encima, pero de todos modos había salido herido en el proceso. Tenía la cara ensangrentada y ropa sucia y llena de manchas de sangre. Solo quería descansar un rato.
Carla solo atinó a suspirar: ‘¡Este ha sido un día infernal! Creo que es el peor día de mi vida.
Primero, se me averió la moto, y luego casi atropello a este hombre que está lleno de sangre. Ni siquiera sé si se trata de alguien peligroso. Además, mi último pedido terminó esparcido por todos lados. Este día ha sido un desastre absoluto’, pensó.
Entonces sintió la vibración de su teléfono en el bolsillo, pero decidió ignorarlo. Estaba abrumada por todo lo que le había sucedido ese día, y no tenía ganas de hablar con nadie en este momento, especialmente si era Karen.
Estaba totalmente agotada y lo único en lo que podía pensar era en llegar a casa y darse un baño caliente y agradable, y en poder relajar su cuerpo cansado y dolorido. Distraída, Carla llegó a unas calles familiares, y antes de darse cuenta, ya había aparcado en la parte delantera de su casa y apagado el motor de la moto. El silencio la sobresaltó, y comenzó a entrar en pánico al darse cuenta de que acababa de traer a un extraño a casa.
Fingiendo que no conocía el lugar donde se habían detenido, volvió a encender la moto y giró el manillar para dirigirse en otra dirección.
«¿No es esta tu casa?», le preguntó Terence. «¿Por qué te das la vuelta?».
Él no era estúpido y sabía que la chica estaba tratando de distraerlo y llevarlo a otro lugar, lejos de su casa, por lo que extendió la mano y se aferró al manubrio, y la moto de repente dejó de moverse. Carla le echó un vistazo y se dio cuenta de que el hombre estaba apretando los frenos con su mano grande y musculosa, y se sintió asustada de que él sospechara lo que estaba tratando de hacer. Casi se le salía el corazón a Carla.
Cuando Terence se inclinó hacia adelante para apretar los frenos, Carla pudo sentir su cuerpo duro contra ella y oler la sangre en él, quien parecía tener calor y estaba sudando profusamente.
«¡Por supuesto que no! Aquí no es donde vivo», Carla trató de engañarlo. «No sé cómo llegamos aquí. Simplemente seguí conduciendo para poder alejarnos de esos bastardos. Parece una calle sin salida. Soy una simple repartidora. ¿Cómo se supone que conozca todas las calles?», balbuceó nerviosamente la chica, haciendo todo lo posible para engañarlo.
Con la voz más tranquila que le fue posible, ella agregó: «Oye, puedes bajarte ahora. Aquí es seguro». Mientras tanto, apagó el motor de la motoneta. Quería deshacerse de él sin ofenderlo.
Justo cuando terminó de hablar, de repente Carla sintió un peso en la espalda y girándose para intentar ver qué estaba pasando, se sorprendió al ver al hombre desmayado.
«¡Oh Dios mío!», le gritó Carla. «¡Oye! Despierta. ¡Por favor despierta!».
‘¿Por qué me está pasando esto? Es en serio, justo en frente de mi casa. ¿Podría este día ser peor?’, pensó ella para sus adentros con desesperación.