Capítulo 1 Ella era solo una sustituta
«Sube a la cama, y ponte boca abajo. Abre bien las piernas». Mientras él hablaba, no había ningún cariño en sus ojos, solo puro odio.
…Mi padre me vendió a un multimillonario…
El cielo de esa noche de otoño estaba lleno de nubes que cubrían casi por completo a la luna. El Hotel Hyatt de seis estrellas, que era el más lujoso de la ciudad, estaba teniendo una jornada ajetreada, ya que, Brian Clark, el empresario de fama mundial, lo había reservado entero para toda la noche.
Con un traje negro y un cigarrillo entre sus largos y delgados dedos, Brian se encontraba sentado en una esquina dentro de la ostentosa habitación, creando un aura misteriosa a su alrededor debido al humo del cigarrillo.
«Señor Clark, hoy lo hemos pasado muy bien, pero, ya es tarde», exclamó el hombre de piel oscura que estaba a su lado; su apariencia era normal, con cejas pobladas y grandes ojos.
«Señor Clark, por lo que escuché, la señorita Woodsen es una persona muy social, lo que explica su fama entre los hombres. ¿Eso lo genera cierta inseguridad por perder?», agregó alguien más.
Al igual que esos hombres, casi todos los demás sospechaban de su matrimonio. No obstante, Brian estaba dispuesto a casarse con esa chica y, por ende, el resto solo podía crear chismes al respecto.
El empresario tomó un sorbo de su bebida con mucha tranquilidad.
«Clayton Woodsen me debe una cantidad enorme de dinero, con lo cual, enviarme a su preciosa hija, no basta para pagarme», dijo con total naturalidad.
«Señor Clark, ¿lo que quiere decir es que Clayton Woodsen solo está tratando de ganar tiempo? Eso significa entonces que él considera que su hija es muy valiosa», dijo su mano derecha, Juan Turner.
Brian seguía manteniendo su expresión seria habitual, dando una calada a su cigarrillo, y dijo: «Vigila de cerca a Clayton Woodsen, pero con cuidado. ¡Voy a hacer de su vida un infierno!».
«Señor Clark, ¿piensa hacer la vida de su esposa un infierno desde esta noche?», preguntó otra persona, con una sonrisa maliciosa en su rostro. «O acaso, ¿habrá algo especial?». Él nunca había tenido la oportunidad de conocer a la amada hija de la familia Woodsen, tan solo había oído hablar acerca de ella. De hecho, no eran muchas las personas que la habían podido ver.
«Señor Clark, he escuchado que ella luce hermosa y sensual. Los hombres se sienten atraídos hacia ella de manera natural, y tiene esa energía que hace que todos la deseen».
Todos los hombres que se encontraban sentados alrededor del sofá, participaron de manera activa en aquella conversación, hablando de la novia mientras ella no aparecía aún.
Pero, por otro lado, la mujer que estaba sentada a la derecha de Brian tenía una expresión molesta en su rostro. Era evidente que odiaba a la mujer de la que todos hablaban.
«¡Ya fue suficiente!», exclamó, cuando ya no pudo contenerlo más.
«¡Ah! Parece que la señorita Anna se enojó». Anna había estado detrás del empresario toda su vida, así que, era más que evidente, para todo aquel que tuviese algo de perspicacia, que el hombre ocupaba un lugar especial en el corazón de aquella mujer.
Claro, la relación entre ellos dos era algo inusual, pero no de manera íntima. Ella había fallado en casarse oficialmente con Brian para convertirse en la señora Clark y, ahora, una mujer llamada Arlene Woodsen le estaba arrebatando su posición. Por esto, Anna pensaba que Arlene ni siquiera merecía a Brian.
«¿Estás molesta?», preguntó el hombre, al tiempo que apagaba el cigarrillo y la miraba fijamente, en sus labios tenía una sonrisa casi imperceptible.
«¡Señor Clark!», gritó ella, pero no dijo nada más. Ella sabía perfectamente cuál era su lugar, sin importar cuán cercana haya sido de él, debía simplemente apegarse a su deber y jamás ir más allá de eso.
«Señor Clark, ¿no nos va a presentar a su nueva esposa?», preguntó un seguidor del empresario. Al hacerlo, muchos otros expresaron lo mismo que él.
Brian levantó su vaso con elegancia y bebió todo el contenido de un solo trago. Luego, lo dejó sobre la mesa y asintió en señal de aprobación.
Por otro lado, Ayla esperaba con mucha ansiedad dentro de una suite presidencial de lujo. Estaba usando un ostentoso vestido de novia hecho especialmente a su medida en París, y usaba un maquillaje muy delicado. Ese era el día de su boda, aun así, ningún familiar estaba presente. Ella simplemente firmó su nombre en una hoja de papel y, con ello, perdió su libertad.
Tuvo que casarse con el mismísimo Diablo, llamado Brian Clark, por el bienestar de su padre, y para apoyar a su familia, convirtiéndose así en la sustituta de su hermana.
Estaba inquieta y temblorosa, sentada en una esquina. Con solo veintidós años de edad, su vida recién comenzaba, sin embargo, ya estaba casada con un hombre mayor que ella por seis años. El lujo e iluminación de la habitación, no lograban alejar el miedo que sentía.
Estaba totalmente aterrorizada, pero no tenía otra opción.
Además, se sentía mareada debido al hambre que pasaba desde el día anterior y, exceptuando las botellas de vino y los vasos sobre la mesa, no había nada más dentro de la habitación que pudiera comer. Jamás en su vida había bebido una gota de licor, y siempre fue una buena estudiante.
Estaba consciente de que desde el momento en que prometió ser la sustituta, todo en su vida se había desmoronado. Solo le quedaba soñar con que su futuro no la decepcionaría.
Su estómago no dejaba de gruñir; ya no podía seguir reprimiendo su hambre. Sus labios brillantes habían palidecido mientras los mordía para intentar estabilizarse. Había estado todo este tiempo esperando a que el ‘diablo’ apareciera.
De repente, la puerta se abrió, dando paso a dos extraños. Ambos hombres lucían rudos y fuertes, y ninguno de ellos era Brian Clark.
«Señora Clark, el señor Clark quiere verla», habló uno de ellos con rudeza, sin mostrarle ni una pizca respeto.
«¿Dónde está él?», tartamudeó Ayla, al tiempo que retrocedía dando la impresión de ser un conejo asustado.
Ninguno de los hombres respondió a su pregunta; en cambio, la levantaron firmemente y se la llevaron casi a rastras fuera de la habitación.
La chica resistió y luchó por liberarse, aunque todo fue en vano.
«Suéltenme!», gritó, pero antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, fue arrojada al piso bruscamente. Pese a que este estaba cubierto por alfombras, ella igual se lastimó.
«¡Arlene Woodsen, levanta la mirada!», exigió Brian, con un tono firme y sin emoción alguna.
¡Arlene! Arlene Woodsen, sí, es cierto; ella era Arlene Woodsen ahora, no Ayla.
Sin embargo, no se atrevió a mirar hacia arriba, puesto que si alguien lograba reconocerla, moriría inmediatamente.