Capítulo 1 Saboreando
En algún lugar de la ciudad de Roma, mientras la luna proyectaba un brillo místico en la noche oscura, un lujoso crucero blanco atravesaba silenciosamente los tranquilos torrentes del océano. La fiesta en el barco estaba en pleno apogeo, con un ambiente lleno de canto y baile. Todos a bordo estaban felices, disfrutando de la animada y divertida atmósfera en la que estaba sumergidos.
Mientras tanto, en una habitación de lujo del yate, se observaba una silueta proyectada en la puerta de vidrio, borrosa por el vapor de la ducha caliente, lo que la hacía misteriosamente atractiva. El sonido del agua goteando en el suelo contrastaba notablemente con el silencio de la noche. En la habitación había un ambiente acogedor y atractivo.
Al otro lado de la puerta de cristal, un hombre esperaba pacientemente, apoyado contra la cabecera de la cama, y entre sus delgados dedos, sujetaba un cigarrillo a medio fumar. Disfrutando cada bocanada de humo, lucía irresistiblemente varonil. Golpeando suavemente las cenizas de su cigarrillo, respiró hondo y echó una hermosa serie de anillos de humo. Para él eran como una obra de arte. La piel morena del hombre exudaba un atractivo brillo bajo la tenue luz. Su constitución era delgada y firme, sin ningún rastro de grasa. Cada aspecto de su apariencia era simplemente perfecto.
Él entrecerró un poco los ojos, esos ojos tan agudos como los de un águila, que emanaban una extraña sensación de siniestra languidez. Su rostro bien esculpido era irresistible, sus labios sensuales, delgados y rosáceos mostraban una sonrisa con ligero rastro de burla. Sus ojos, ardientes de fuego y deseo, fijaron la mirada a través de la puerta de cristal. Estaba examinando cuidadosamente cada centímetro de pliegues y curvas de la mujer dentro del baño.
La puerta se abrió lentamente. La bata de seda blanca que llevaba puesta la mujer mostraba su atractiva figura. Se estaba secando su largo cabello negro con una toalla. Ajustándose la bata, se volvió hacia él y le dirigió una sonrisa tentadora.
Él estaba abrumado por el repentino estallido de hormonas al verla. Se veía sexy mientras se frotaba el pelo. Debajo de su cabello estaba su adorable rostro, un rostro que no tenía ninguna imperfección. Era la definición de belleza asombrosa. Ese rastro de ligero sonrojo en sus mejillas era un festín para la vista. Se preguntaba si tal vez había algo en su piel que la hacía sonrojar después de cada baño, ya que no podía evitar mirarla. Para él, ella se parecía a una delicada flor en pleno florecimiento.
«¿Ya se te ha pasado el efecto del alcohol?», preguntó el hombre, todavía con el cigarrillo entre los dedos. «Sí», respondió la mujer levantando las cejas.
Rápidamente, el hombre guapo y fornido que unos segundos antes estaba acostado en la cama se acercó a ella. Sus manos se extendieron para darle la bienvenida, pasando los dedos por su esbelta espalda mientras le daba un abrazo. Con los labios pegados a la oreja de la mujer, él susurró: «Mmm, hueles muy bien». La sensualidad oculta del susurro la excitó, e hizo que ella echara para atrás la cabeza. Él lo hizo intencionalmente.
Viendo cómo el hombre jugaba con ella, se sonrojó con timidez. Aún se sentía un poco mareada por el efecto del vino. Si su mente no se hubiera quedado en blanco esa noche, de ninguna manera se hubiera pegado el revolcón con este hombre.
Recordó que ya era la segunda mitad de la noche. Antes de eso, había estado tan borracha que no podía recordar cómo había llegado a ese lugar. Los momentos de locura con el hombre, seguidos de un baño caliente, le habían devuelto casi por completo la sobriedad, o por lo menos revivido su cordura.
«Por favor… Debo irme», la dama imploró al hombre, su mente estaba despejada y estaba recuperando plena conciencia. Cubierta bajo la bata de baño, sintió un dolor sordo en su cuerpo y un caos total en su mente. En la noche de su graduación, no podía creer lo que le había pasado en esta tierra extranjera con un total desconocido.
«Mi nombre es Rufus Luo», se presentó el hombre en lugar de dejarla ir.
El tono frío de la dama no logró alejar al hombre, al contrario, lo indujo a que se acercara aún más. Su voz grave y profunda era tan cautivadora, y la sonrisa en su hermoso rostro era tan terriblemente tentadora y carismática.
«Mire señor, no tiene que decirme su nombre. Solo estamos satisfaciendo nuestras necesidades individuales. Después de esta noche, no habrá nada entre nosotros. Sin ataduras».
La chica parecía estar molesta por su acción de presentarse, lo que despertó en él interés en un mayor desarrollo de su relación de una noche. La dama se dio la vuelta, con su elegante cabello mojado dejando un toque fresco y gentil en su piel.
«Has estado genial esta noche. ¿Habrá una próxima vez?», dijo el hombre llamado Rufus con una sonrisa esbozando en los labios. La sonrisa en su rostro era tan deslumbrante que la mujer, que se esforzó mucho por mantener una distancia segura entre él y ella, estaba algo aturdida
«Lo siento. Tengo que irme ahora». La chica finalmente reunió todas sus fuerzas y decidió irse.
Sin dudarlo, la mujer se quitó la bata de baño bajo la mirada del hombre y rápidamente recogió la ropa esparcida por el suelo para vestirse. Cuando estuvo lista, tomó su bolso rápidamente con sus manos delgadas y temblorosas, pero el cual cayó al suelo y todo lo que había dentro quedó regado por el suelo.
Ella frunció el ceño y dejó escapar un grito. Se recogió el pelo largo detrás de la oreja para que no le tapara la vista y se agachó para recoger sus cosas. Esto hizo que el hombre dibujara una sonrisa asusta en su rostro, como si descubriera algo realmente interesante.
Arrastrándose rápidamente desde la cama, antes de que la mujer tuviera oportunidad de detenerlo, tomó el pasaporte que estaba en la esquina. Como es natural, le echó un vistazo a las páginas del pasaporte. No pudo evitar que su sonrisa se hiciera más grande.
«¿Cassandra Qin?», él leyó el nombre.
«¡Devuélvemelo!», gritó la señorita.
Al escuchar que el hombre la llamaba por su nombre, la chica, que hasta ese momento estaba ocupada recogiendo las cosas del suelo, se levantó rápidamente para quitarle el pasaporte de las manos. Sus hermosos ojos brillaban con furia y fuego, mirando al hombre que, de manera muy descortés, había mirado su pasaporte sin su consentimiento.
Probablemente ella no había anticipado que lo que iba a suceder luego sería todavía menos cortés. De repente, él la atrajo a sus brazos, disfrutando del aroma familiar que la mujer emanaba, y que deleitaba su olfato. Al estar tan cerca del hombre, en estado consciente, comenzó a ponerse nerviosa y sus latidos comenzaron a acelerarse. No solo los latidos del corazón se aceleraron, sino también su respiración. De repente, los sentidos de esa noche loca empezaron a inundarle la mente.
«¿Nos damos un beso de despedida?», preguntó el hombre travieso en un tono juguetón.
Aunque disfrazada en forma de pregunta, esta oración era en realidad una imperativa, para demostrar que era lo suficientemente «educado» como para pedir el consentimiento de la mujer en sus brazos antes de besarla. Sin embargo, parecía que ella no tenía un «no» como opción, ya que no tenía forma de escapar. Tan pronto como él terminó la oración, antes de que ella pudiera dar una respuesta, él selló su boca con sus sensuales labios.
Con sus brazos alrededor de la cintura de la dama, el hombre no le dio ninguna oportunidad de resistirse. Después del beso prolongado, la chica apenas podía sostenerse, por lo que no tuvo más remedio que seguir sujeta en sus brazos. Mirando al hombre con ira que iba en aumento, se sentía más desprotegida cada segundo que pasaba. Al instante siguiente, no esperó más para escapar del lugar, dejando en el suelo sus cosas todavía dispersas, y al hombre con una sonrisa descaradamente perversa en el rostro.
Con un fuerte golpe de la puerta, la espaciosa habitación quedó en silencio, solo con el hombre dentro.
Sus ojos miraron a su alrededor, como si tratara de encontrar alguna pertenencia de la mujer, y finalmente aterrizó la vista en la mancha roja de la sabana. Su sonrisa ahora se volvió más misteriosa y más difícil de interpretar.
Este hombre había vivido en Roma durante muchos años, y la noche anterior le habían invitado a una fiesta de vino, donde conoció a la encantadora chica. Era extremadamente raro que, en una aventura de una noche, su compañera fuera virgen. ¿Eso se consideraba suerte? No podía responder a su pregunta, al menos no por ahora.
Lo único que él sabía era que esta mujer había dejado una impresión indeleble en su mente. Y aun hasta ese momento, él seguía saboreando la noche llena de pasión y locura que había pasado con ella, y todavía podía percibir su aroma impregnado en su piel.