Capítulo 1 El psicópata
Punto de vista de Jennie Wilson:
«Jennie, Jennie».
«¡Hay que tomarle el pedido a la mesa cuatro! Los cafés de la mesa siete ya están listos», gritó Lisa.
«Ya voy», le respondí.
Lisa era mi mejor amiga y su mamá, quien era la dueña de la pequeña cafetería donde yo trabajaba, siempre había sido como mi segunda madre. Hacía casi un año que estaba trabajando allí a tiempo parcial.
Ella me ayudaba de vez en cuando. Yo estaba ahorrando dinero para pagar la matrícula de la universidad en la que quería estudiar, la Universidad de Hunsberg.
Siempre soñé con ir allí, pues se decía que era una de los mejores centros de su tipo en el mundo. Sin embargo, mi familia no podía sufragar los gastos.
Nuestra situación financiera era muy precaria. Por supuesto, yo no me quejaba… pero mamá y yo dependíamos mucho de mi padre, quien nos mantenía económicamente.
Mi papá trabajaba en una fábrica de acero y se esforzaba mucho a diario para que yo pudiera tener un buen futuro, pero yo detestaba ser una carga para él.
Su salario no era suficiente para llevar una vida fastuosa, pero éramos una familia feliz sin importar nuestra condición. Siempre le dimos gracias a Dios y nunca nos quejamos de nuestra suerte.
Yo amaba mucho a mi padre. Él era un buen hombre, sin vicios, temeroso de Dios, una persona alegre, un esposo muy amoroso y un padre cariñoso. Sin dudas, mi familia era mi mayor tesoro.
Cuando mi madre se enfermó del corazón y los médicos dijeron que debía someterse a una operación, todos luchamos por su vida. Gastamos todos nuestros ahorros y hasta perdimos nuestra casa para poder cubrir los gastos de medicamentos y la cirugía, por supuesto.
Por la gracia de Dios, ella sobrevivió. Un dolor leve la aquejaba, aún después de la intervención quirúrgica. Entonces, su médico le aconsejó que evitara realizar actividades extenuantes. Por ello, nunca la dejamos trabajar afuera, así que tuve que buscar un trabajo de medio tiempo para ayudar a mi familia.
La madre de Lisa me pagaba bien, no era mucho dinero, pero me alcanzaba para cubrir mis gastos diarios y ahorrar algo para pagar las cuotas de inscripción de la universidad.
Lisa y yo asistimos a la misma escuela y terminamos la secundaria juntas. Cumplimos dieciocho este año, lo que significaba que ya estábamos listas para ir a la universidad. ¡Hurra!
Mi amiga y yo hicimos el examen de ingreso juntas con la esperanza de ganar una beca.
En honor a la verdad… yo era un poco empollona. Bueno, no podía evitarlo, tuve que estudiar mucho para lograr mi sueño. Debía trabajar muy duro ya que muchos aspiraban a ingresar en la famosa Universidad de Hunsberg.
Una vez que obtuviera mi diploma, la situación de mi familia mejoraría y podría cuidar mejor de mis padres si conseguía un trabajo decente. Esa era la razón principal por la que quería estudiar en ese prestigioso centro.
Estaba recogiendo algunos platos y las propinas que dejó un cliente cuando, de repente, Lisa se paró delante de mí. Se veía hermosa con su atavío.
«Espera, ¿por qué llevas puesto ese vestido?», pregunté con las cejas levantadas.
«Oh… Lo siento, no te lo dije, bueno, es tu culpa. Estabas tan ocupada aquí que me ignoraste por completo», contestó haciendo un puchero.
«Bien, dímelo ahora».
«Mamá y yo vamos a un baile, el hermano de mi mamá nos ha invitado así que…».
«Ya veo… ¿Entonces…?».
«Así que saldremos más temprano… lo siento, lo siento, tienes tanto trabajo que hacer…», dijo con un suspiro y cerró los ojos.
«Oh, vamos, yo me encargo de todo, niña. Ve a disfrutar de la fiesta», la tranquilicé y esbocé una sonrisa.
«¿Estás segu…?».
«Sí, Lisa, vete. Mañana tenemos el día libre», la interrumpí.
«Está bien, solo ten cuidado cuando vayas de regreso a casa», me advirtió y luego me abrazó con fuerza.
«Adiós, Jennie, ten cuidado», la escuché gritar desde afuera.
Acto seguido, mi amiga entró en su coche y se marchó. Yo agarré los platos, los llevé al fregadero y me dispuse a lavar la vajilla. Eran ya las once de la noche. De repente, escuché el tintineo de la campanilla que estaba en la entrada, anunciando la llegada de más clientes.
El café se quedó en silencio.
¿Qué detuvo de súbito el ajetreo y el bullicio que había en el lugar?
¡Espera! ¿Los clientes llegan o se van?
Me volví de repente y di un grito ahogado al ver que había un hombre frente a mí. No era tan mayor sino que parecía un estudiante universitario.
Me estaba mirando fijamente como si me estuviera desnudando con los ojos. Cuando yo retrocedí, él dio un paso adelante.
En ese momento, sentí que mi corazón martilleaba en mi pecho.
«¿Puedo… ayudarlo… en algo, señor?», musité con la voz entrecortada pues estaba muy nerviosa.
Entré en pánico cuando sentí sus grandes manos en mis brazos y me acercó a su cuerpo.
«¿Cómo pudiste hacerme esto, Eva?», preguntó en un tono peligroso.
Me estremecí al escuchar su voz áspera y ronca. Mi cerebro dejó de funcionar en ese mismo instante.
«Yo… no soy… Eva», susurré. Su mirada me dio escalofríos. El hombre tenía los ojos hinchados y rojos, como si hubiera llorado mucho.
¿Sería un sicópata?
«¿Por qué siempre me mientes…? ¿Acaso me odias tanto? ¿Ya olvidaste todo lo que teníamos?», gritó mientras me inmovilizaba aún contra su pecho.
«¡Lo siento señor, no sé quién es usted! Por favor, suélteme», traté de liberarme pero fue en vano.
«Maldita sea, me engañaste. ¿Acaso él es mejor que yo? Contéstame, Eva», ahora estaba más que enojado.
«Nunca engañé a nadie, de hecho, he estado soltera toda mi vida… ¡Ni siquiera he tenido novio!», exclamé aterrorizada.
«Estás mintiendo de nuevo», me empujó lejos de él y con una fuerza inhumana me golpeó en la mejilla, tan fuerte que tropecé y caí al suelo. Ahora me sentía mareada.
Nadie me había abofeteado así antes. Lo miré totalmente horrorizada por sus actos. Yo tenía deseos de llorar…. pero no quería mostrarle mi debilidad. Él no debía saber que yo estaba indefensa.
Pude ver la ira en sus ojos… la frialdad que había en su rostro… el odio que sentía… ¿hacia mí? Pero, ¿de qué me culpaba? ¡Yo ni siquiera lo conocía!
Mis lágrimas amenazaban con caer al suelo, pero respiré hondo y controlé mi llanto. Con enormes pasos, el joven se acercó a mí. Parecía un maníaco.
Entonces, empecé a retroceder, ya que todavía estaba en el suelo y con ayuda de mis manos, me alejé de él.
«Por favor… ¡No se acerque… a mí! ¿Quién es usted?», balbuceé.
De repente, me agarró y me inmovilizó contra la pared con violencia.
Su comportamiento me causó horror…
«Déjeme… tranquila, por favor, no lo conozco, señor». Estaba tan asustada que grité de dolor.
«¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Acaso no me extrañas…?». El cruel hombre estaba muy cerca de mí. Su respiración abanicaba mi cuello, y traté de empujarlo pero no se movió ni siquiera un poco.
«No es de su incumbencia. Y es la última vez que se lo advierto, si no me deja en paz, me veré obligada a hacer una denuncia en su contra».
«¿Qué?», dijo en un tono de sorpresa.
¡Sí! Supongo que les tiene miedo a los agentes.
«Sí, por favor, déjeme tranquila, no me haga llamar a la policía», dije mordiéndome los labios.
¿Por qué este hombre estaba enojado? ¿Por qué apretaba los dientes? Y si lo hacía, ¿por qué yo sentía dolor… en mis brazos?
Cuando miré por debajo de mi hombro, vi que este maníaco me estaba apretando y sostenía mi mano con todas sus fuerzas.
«No puedes escapar de mí, niña, no importa cuántas veces… o de qué manera lo intentes», susurró en mis oídos mordiéndome el lóbulo de la oreja, lo que me provocó escalofríos por toda la columna vertebral. Mis ojos se abrieron como platos por el miedo.
«Ahhhh… por favor… Me duele», grité cuando él apretó mi mandíbula con su mano.
«No te preocupes… No te lastimaré, cariño», sonaba como un psicópata.
‘¡Este es el final de mi vida! ¡Por favor, auxilio! ¡Que alguien me ayude!…’.
Yo quería gritar, pero mi voz no llegaba a mi boca. Todo mi cuerpo se congeló y mi cerebro estaba dando vueltas como un tiovivo.
Entonces, el perturbado chico inclinó la cabeza para besarme…
No… no… mi primer beso… ¡Estaba a punto de suceder!
Debido a la presión, yo estaba empezando a sentirme débil, mas, de repente, alguien agarró al agresor por detrás y tiró de él. Entonces, sentí que me liberaba de las toscas manos que me apretaban. Ahora yo respiraba con dificultad.
«Qué carajo, déjame en paz», gritó el maníaco mientras dos chicos casi tan jóvenes como él lo sujetaban.
«Amigo, ella no es Eva… por el amor de Dios, estás haciendo un drama», dijo uno de los chicos con una mirada de preocupación en su rostro.
Mi cabeza empezó a dar vueltas. Estaba sufriendo un ataque de pánico. Luego, vi a una chica acercándose a mí…
«No… no me toques».
«Por favor, vete… no me toques… ¡Vete de aquí!», grité sosteniendo mi cabeza. Mientras tanto, los jóvenes sujetaban a ese maníaco con ambas manos.
Él gritaba y trataba de soltarse.
«¡Eres mía! Y te tendré muy pronto», vociferó.
Una chica me estaba mirando preocupada, pero le indiqué que me dejara en paz. Los chicos sacaron a aquel loco del café, lo hicieron subir a la camioneta y se marcharon.
En ese instante, sentí que mis piernas ya no podían sostenerme. Me caí al suelo y me eché a llorar desconsoladamente. Estaba destrozada, lastimada.
Decidí que no debía quedarme allí por más tiempo. ¡Pero y si él volvía!
Tomé mis pertenencias del casillero y me dirigí hacia la puerta, con todo mi cuerpo temblando como una hoja. De alguna manera me las arreglé para cerrar la cafetería y corrí calle abajo.